5 minutos antes de perderte
Baje las escaleras en catedral creyendo que sometiéndome a esa aglomeración humana y a ese chirrido insoportable que hacen las ruedas del subte contra los rieles iba a poder dejar arriba el dolor que me seguía, me senté en el asiento que da justo a la unión de los vagones para no sentirme tan agobiado y poder mirar a los que viajaban en el vagón posterior con la impunidad que da el vidrio que los separa, pero al llegar a la estación Callao levante la vista y descubrí a una niña que en brazos de su madre no paraba de llorar. Sus ojos se encontraron con los míos y me pareció ver a Guadalupe diciéndome; no puedo amarte siento que te engaño si me quedo, cerré los ojos tratando de borrar las imágenes, pero las retinas tienen esa extraña particularidad de guardarlas y proyectarlas arbitrariamente y ahí estaba Guada armando su bolso con sus ojitos celestes, vidriosamente celestes.
Intente desviar mis pensamiento y me puse a escuchar con atención el relato de un vendedor ambulante que había perdido a su mujer después de dar a luz a esos hermosos mellizos que ahora acompañaban a su padre en esta dura tarea, abrí el cierre del bolso y busque unas monedas para darle a cambio de esas horquillas para el pelo que repartía, las mismas horquillas que Guadalupe se empeñaba en dejar desparramadas por toda la casa y que yo con dulce paciencia volvía a guardar en el botiquín.
Las puertas se abrieron en Plaza Italia y el grueso de la gente descendió pero el dolor parecía no querer bajarse en ninguna estación y ahora con el vagón desolado el llanto de la niña tomaba otra magnitud, los ruidos de las ruedas contra los rieles ya no se oían solo el llanto de la niña retumbaba en mi cabeza y no pude evitar recordar la frase que me dijo aquella tarde en el café; siento que no puedo volver…
Descendí en Congreso de Tucumán con los ojos llenos de lagrimas y decidí regresar, pero el ultimo subte había partido cinco minutos antes y ahí entendí que ya era tarde y que yo tampoco podía volver.



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