El oráculo de Parque Chas
Mi tía que sabia de todo, entre mate y mate, una tarde de octubre me confeso que había descubierto la clave para que Eros se apoderara de su matrimonio y que de esta manera reinara para siempre el amor en esa pequeña casa de Parque Chas que habito junto a su marido durante mas sesenta años. Pero antes de que yo pudiera pedir que se explayara en su teoría me explico que esta solo funcionaba si uno lograba descubrirla por sus propios medios. Al verme acorralado en su ingeniosa trampa le sugerí que me dijera si había una señal que me advirtiera que ese secreto me iba a ser develado, me dijo que si, pero que debía estar muy atento para no confundirme con falsas señales.
Le cebe un mate y le alcance las bolsa de biscochitos que tanto le gustaban y que tan celosamente guardaba en una lata para que su marido no los encontrara ya que según ella sufría de colesterol, tomo uno se lo llevo a la boca mastico un rato le dio un sorbo al mate y con el ceño fruncido me pregunto; ¿estas preparado? Si, respondí inmediatamente, y recién ahí caí en la cuenta de que tal vez no era tan bueno vivir toda una vida esperando una señal, porque si esa señal nunca llegara me angustiaría de una manera tal que jamás me repondría , pero ya era tarde le había dicho que si.
Así que le dio el último sorbo al mate me lo pasó y me dijo voy a darte una sola pauta; si la persona que te ama es capaz de dejarlo todo por amor incluso a vos, ese amor va a ser eterno, sentencio y no dijo mas.
Me quede en silencio pensando en donde estaba la señal, tome un par de mates y para que no se notara mi desconcierto pregunte por los crisantemos que estaban tan florecidos en el jardín, acto seguido recibí una clase teórica de floricultura a la cual no le preste atención ya que mi mente no estaba para pensar en brotes, capullos y riego.
El agua del mate ya estaba fría y las sombras anunciaban la llegada de la noche, me despedí, tome mi abrigo y camine hasta las rejas que separaban esa fortaleza de la calle, una vez en la vereda me saludo con la mano levantada y me pareció ver que estaba llorando, camine tres cuadras y al doblar en la esquina la noche ya se había adueñado de la tarde, entonces comprobé que mi tía, ese oráculo apócrifo de la tercera edad, sabia de todo. Lo único que no sabia era mentir, pero si aliviar un poco las penas.



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